En un movido panorama político ya no reconoce por la cara a que partido pertenecen los políticos de turno o con quien se aliaron políticamente.
La historia de las alianzas políticas en la Argentina es una historia de fracasos. Nunca en la historia de la democracia (al menos desde 1983) se logró instaurar una coalición exitosa y permanente para ganar elecciones y gobernar.
¿Por qué fracasan sistemáticamente hasta ahora este tipo de acuerdos?
Existen debilidades estructurales del sistema institucional argentino y otras que tienen que ver con las características de nuestra cultura política.
-El vicepresidente, mi enemigo. Se postula con bombos y platillos a un vicepresidente con valores y miradas distintas para “balancear la fórmula”. Esto sirve para el marketing pero no para gobernar. El vicepresidente es para la Constitución argentina una figura decorativa y de reemplazo del presidente. Y que tiene mucho tiempo libre para conspirar contra el presidente.
-Las listas de diputados. Cuando se arman se intercala uno de cada partido. Luego, se forman decenas de bloquecitos sin ningún tipo de organización ni criterios comunes. Cuando no se pasan de bloque y usted lo votó porque representaba a x y ahora están con los xx
-Candidatos que ni se conocen. Para poder armar una coalición que luego sea capaz de gobernar es importante la buena química entre las personas que forman el espacio. Unirse por unirse, entre personas que no se tienen confianza (sólo por sumar votos) lleva al fracaso casi seguro.
-Sin plataforma de gobierno. Todos queremos mejorar la economía, bajar la inflación, mejorar la salud y la educación, y dar más seguridad. El problema es cómo llegar a eso. La discusión de un programa de gobierno es una tarea larga y difícil. Y debe ser encarada en años no electorales. Hasta ahora esto nunca se hizo.
-La mesa política. Si se conforma una coalición de varios partidos, debe existir un órgano supremo que tome las decisiones de esa coalición y en que estén representados todos los partidos que la integran. Y hasta debe tener el poder de darle órdenes al Presidente. Hasta ahora, nunca se hizo esto en la Argentina. A la hora de gobernar siempre decidió el Presidente, lo que generó los celos obvios de los aliados, que terminaron abandonando al gobierno que ellos mismos erigieron.
Y poco se piensa en el pueblo, en la gente, palabras que las repiten en forma permanente. Hasta el hartazgo.
Parece que solo se va tras intereses personales y además quedan infinitos favores que devolver (apoyo, dinero invertido en la campaña, amigos, parientes etc).
Lo más triste es que apenas terminada una elección comienzan a pensar en la próxima y la mayoría de diputados, senadores y etc no cumplen correctamente su asistencia a las sesiones u otras obligaciones cobrando sueldos de tal valor que un obrero común tardaría años en recibir, amén de pasajes, secretarios, asesores que no saben ni de que se trata, choferes que no manejan, dinero para subsidios (que no siempre llegan todos a un destino adecuado) etc.
Y habemos dos Argentinas, una que se queja si se corta Internet, viaja los “feriados largos” y se preocupa porque no se consiguen perfumes importados y otra a la que se la comen las vinchucas, no saben que es el agua potable careciendo de asistencia médica con en escuelas ranchos… y sin llegar a extremos otros pagamos impuestos para mantener a mantenidos…
que no son los necesitados que reciben planes sociales, sino vagos de todo tipo que por ejemplo se dan el lujo de viajar al mundial de Sudáfrica… yendo casi por dos generaciones sin cultura del trabajo ya que parece que se premia al “no hacer” más que al hacer o querer hacer.
De todo eso deberían ocuparse quienes recibieron los votos necesarios para cubrir un cargo y no andar paseando siete meses antes de una elección abrazando abuelos y besando chicos.
Por eso la gente está descreída amén que solo una mínima parte entiende quien está con quien y para que…
Graciela Alori