Se cumplen 130 años de su nacimiento. Su figura fue romantizada por los relatos populares. Delincuente para algunos y un Robin Hood industria nacional para otros. Integra la controvertida galería de personajes de las primeras décadas del siglo veinte
Era santafesino, quinto hijo de siete, de padres piamonteses venidos de la provincia de Cúneo. Había nacido el 11 de noviembre de 1894 y cuando contaba 12 años murió su mamá Teresa Bondino. Su papá Vittorio arrendó un campo en lo que sería Colonia Castex. Allí hizo hasta quinto grado en la escuela hasta que se largó a arriar junto a su padrino.
En 1915 hizo el servicio militar en el Regimiento 2 de Lanceros, en Ciudadela, retazos de una vida que el historiador Hugo Chumbita en su libro “Última frontera. Vairoleto. Vida y leyenda de un bandolero”, retrata con lujo de detalles.
Su suerte quedó marcada en 1919 en un prostíbulo. Había quedado enamorado de Dora, que además era pretendida por el turco Elías Farach. El joven Bairoletto se destacaba como un bailarín con condiciones y siempre lo hacía con ella, que era muy linda mujer.
El comienzo del fin
Farach lo tomó de punto, amenazándolo que dejase a la mujer, llegó a hacer disparos dentro del burdel y con cualquier excusa lo llevaba a la comisaría, donde Bairoletto no la pasaba bien. El obstinado policía hizo todo lo posible para que se fuera del pueblo. El hostigamiento, que no cesaba, hizo que el muchacho empezara a ir armado con un Colt calibre 44.
Hasta que ocurrió lo inevitable. En circunstancias que no quedaron claras, Bairoletto lo mató de tres tiros, uno mortal en el cuello. Escapó pero terminó preso, pero los contactos de un caudillo local hicieron que la condena no durase más de un año.
Al quedar en libertad, trabajó para la política, y eran habituales los roces con la policía, que lo miraba de reojo y lo acosaba. Encontraron un motivo para encerrarlo por un robo y cuando fue puesto en libertad se largó a tierra adentro, a vivir de lo ajeno.
Uno de los primeros golpes planificados fue a la estancia La Criolla, de Lobocó, en el departamento de Rancul, en La Pampa. Los atracos se fueron sucediendo e incluían establecimientos rurales como comercios de ramos generales.
Se hizo la fama de escurridizo gracias a que la misma paisanada, gauchos y hacheros ayudaban a esconderlo de la ley y él retribuía generosamente con parte del botín malhabido.
Se lo conocía como “el pampeano” y echaba mano de disfraces porque se convirtió en uno de los principales blancos de la policía, más aún cuando mató a Alemandi, dueño de un almacén en Caleufú. También asesinó a José Pendón, un sirio que tenía un negocio en el oeste de Winifreda. No muchos lo lloraron: a su concubina y a su sobrina, Pendón las hacía ejercer la prostitución.
La despedida de su papá
Fue un duro golpe cuando se enteró de la muerte de su papá, a quien quería entrañablemente. Sabía que era muy buscado pero quería darle el último adiós, y la policía planeó una trampa en el velorio. Un nutrido grupo de policías rodeó el lugar y otros vestidos de paisanos se mezclaron con los familiares.
Esa noche una anciana vestida de negro, con una criatura de la mano, se acercó al féretro y estuvo un rato, rezándole. Bairoletto había podido despedirlo, gracias a su disfraz y a unos parientes que le prestaron una criatura.
Por 1930 se asoció a los anarquistas italianos Pedro Virgilio Moroni, mecánico y entusiasta del espiritismo, y Juan Chiappa, carpintero. A Moroni lo unió una gran -amistad. Cuando asaltaron al estanciero Mandrile, fue Moroni quien le salvó la vida a Bairoletto.
El trío se dedicó a hacer propaganda anarquista entre los colonos para que se levantasen contra el sistema de explotación de los terratenientes.
Las giras de Bairoletto por el país
Ese raid delictivo lo hizo desaparecer de la zona y se dirigió al Chaco, donde se ganó fama cuando asaltó al Turco Alí, un usurero que tenía ahorcados a los colonos. Bairoletto lo asaltó, se hizo de todos los pagarés que devolvió a los deudores, y la gente lo adoró.
Allí se asoció al tucumano Segundo David Peralta, “Mate Cosido”, por una cicatriz que tenía en su cabeza. Conocido como “el bandido de los pobres”, ya que robaba a las grandes empresas extranjeras que explotaban el quebracho y otras riquezas del litoral y repartía el botín entre los humildes.
Esa relación con anarquistas los llevó a unirse a la logia masónica Hijos del Trabajo, que funcionaba en la calle San Antonio en el barrio de Barracas, y donde se daban cita fundamentalmente trabajadores italianos nucleados en gremios y en sociedades de resistencia.
La relación con Peralta duró poco, ya que en el asalto a una fábrica de tanino, resultó muerta una persona, y cada uno siguió su camino. Las andanzas del huidizo Mate Cosido llevaron al gobierno de combatirlo con una fuerza especial. Así fue como nació, en 1938, la Gendarmería Nacional. Aún así, nunca pudieron capturarlo ya que un día simplemente desapareció.
Siempre con un ojo en la nuca, eludiendo a la autoridad, decidió asentarse en un pedazo de tierra que sus amigos de la política le habían facilitado junto al río Atuel, en Mendoza. Allí compartía sus días con su compañera Telma Ceballos, que había nacido en San Luis en 1913 y que de niña con su mamá y padrastro se habían ido a vivir a Mendoza.
Había decidido dejar el camino de la mala vida cuando se enteró que sería padre. Contrató a un abogado para que lo defendiera porque su idea era entregarse. El letrado le propuso tramitarle un indulto. También se relacionó con un periodista, a quien le ofreció contarle su vida para un libro, que contaría su verdadera historia.
El delator de Bairoletto
Fue un tal Vicente Gascón, a quien todos conocían como “el Ñato”, un viejo compadre, quien le pasó a la policía pampeana el dato de donde vivía el bandolero, a cambio de que la policía le perdonase viejos delitos.
El 14 de septiembre de 1941 una partida policial le rodeó el rancho y cuando supo que no tenía salida, se disparó un tiro en la mejilla. Aseguran que no estaba muerto cuando entraron los oficiales. Otros efectivos se adjudicaron la certera puntería de acertarle el tiro en la cara.
Lo velaron en la Biblioteca Popular Sarmiento, en General Alvear, y por la cantidad de gente que se reunió, la policía clausuró el local e hizo adelantar el entierro una hora. Aún así, una multitud llevó a pulso el féretro hasta el cementerio. Días después su delator, el Ñato Gazcón, aparecería muerto de un tiro en la nuca.
En el 2003 sus hijas Juana y Elsa decidieron incorporar el apellido Bairoletto, ya que nunca habían logrado de las autoridades el papel que certificase la paternidad. Ellas llevaban el apellido de la madre, que falleció en 2014.
Contaron que hasta último momento Bairoletto estaba esperanzado de lograr una amnistía. Con el tiempo su nombre se agigantó entre el pobrerío, que ensalzó su figura. Algunos lo recordaban como “el Robin Hood de las pampas” y otros hasta se atrevían a rezarle para la concesión de un favor. Su hija decía que su papá era un hombre bueno, que no creía que tuviera el poder de hacer milagros, que eso es solo competencia de Dios, aunque admitió que ella igual le rezaba, porque era la hija de un hombre al que nunca le faltan flores a su tumba.