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    Zsa Zsa Gabor: la abuela de los mediáticos

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    La húngara, en los años 40
    La húngara, en los años 40. Foto: EFE / LASZLO VARKONYI

    Extravagante, vanidosa, devota de los diamantes y de los millonarios, Zsa Zsa Gabor fue por encima de todo una extraordinaria vendedora de su propia imagen. En el apogeo de su indiscutible belleza y también cuando sus encantos empezaban a apagarse, la estrella de origen húngaro siempre se las ingenió para no abandonar las primeras planas de la prensa del corazón a fuerza de escándalos, de algún nuevo matrimonio (llegó a casarse nueve veces) o de sus características y glamorosas apariciones en reuniones mundanas de la alta sociedad de Beverly Hills.

    Su atractiva figura se paseó por más de medio centenar de títulos en el cine, la TV y en el teatro, pero el sueño que abrigó desde que llegó a Hollywood de convertirse «en la mejor actriz del mundo» se perdió entre una mayoría de trabajos poco estimables.

    El destino de Zsa Zsa estaba en otra parte, más cercana al glamour de los desfiles, las presentaciones, los estrenos y las reuniones sociales que a la actividad escénica propiamente dicha. Si hasta podría decirse que la mejor actuación de la segunda de las tres hermanas Gabor (tres años menor que Magda y dos mayor que Eva, la recordada protagonista de la serie Granjero último modelo) ocurrió en 1990, cuando terminó encarcelada después de haber abofeteado a un agente de tránsito que la detuvo por una infracción mientras manejaba por Beverly Hills su Rolls Royce convertible color crema valuado en 215.000 dólares. Cuando arribó a la corte con un vestido estampado, un collar de diamantes y aros de esmeralda y diamantes, Zsa Zsa contraatacó acusando al policía de haber abusado física y verbalmente de ella.

    Esa clase de respuestas eran habituales cada vez que se metía de cabeza en un escándalo. A los 73 años, en una aparición televisiva que compartió con el músico Bob Geldof, dijo muy suelta de cuerpo que en 1960 Frank Sinatra la había violado.

    Sinatra fue uno de los muchos nombres famosos que los rumores involucraron sentimentalmente con Zsa Zsa Gabor. Pero en vez de trascendidos sentimentales, ella prefirió coleccionar maridos: el diplomático turco Burhan Belge, el magnate hotelero Conrad Hilton, el actor George Sanders (a quien reconoció como el gran amor de su vida), el empresario Herbert Hutner, el petrolero texano Joshua Cosden Jr., el millonario Jack Ryan, Michael O’Hara y el noble alemán Frederick von Anhalt.

    Nacida en Budapest el 6 de febrero de 1917 con el nombre de Sari en un hogar de holgada posición económica (su padre era joyero), fue criada junto a sus hermanas en el ambiente más distinguido. Se educó en Suiza, fue estrella del Folies Bergère parisino y se trasladó a Hollywood para seguir los pasos de su hermana Eva. Pero fueron menos sus apariciones recordadas en el cine (Por primera vez, junto a Mario Lanza; Arrivederci Baby, con Tony Curtis; Amores de un canalla, con George Sanders, y El enemigo público, con Fernandel, están entre ellas) que su apego al escándalo.

    Tuvo entre sus amigos a Paul Getty, Aristóteles Onassis, Henry Kissinger y Bob Hope. Una vez recibió una fotografía autografiada del presidente Richard Nixon con la leyenda «Soy su mayor fan». De ojos azules y labios delicados, consagraba horas al tratamiento de su cabello, auténticamente rubio.

    En 2002, al chocar el auto en el que viajaba con un poste de alumbrado en West Hollywood, Zsa Zsa quedó primero en coma y luego, postrada, permaneció alojada entre una habitación de lujo en la casa de retiro para figuras del cine y la TV de Woodland Hills y su mansión de Bel Air, siempre al cuidado de su noveno marido.

    Por entonces quedaban sólo en la memoria y en el recuerdo aquellos tiempos glamorosos en los que soltaba frases filosas como: «Yo no odio a las mujeres, excepto cuando desean a mis hombres», y se autodefinía irónicamente como «la primera hippie», porque rechazaba la hipocresía. En sus últimos años le respondió a un periodista que le preguntó a quemarropa cuál era su edad: «Caballero, no vine aquí para ser insultada».

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